jueves, 11 de abril de 2013

La epifanía del cloché


Hace un par de días encontré una fotografía que me tomaron en una noche de enero. En la foto me veo delgada y escurrida como  gota de lluvia resbalando por el cristal.  Visto de pantalones azul turquesa, blusa blanca, saco azul marino, tacones marrón y un sombreo al estilo Caroline Reboux.

La imagen de una fotografía desató el  instante en que las apariciones del pasado se tejen y destejen a partir de mi sombrero cloché.  Y recordé mi primer encuentro con la obra de Dodo, una ilustradora de moda del Berlín de los años dorados, en la Kunstbibliothek de Berlín.

Aunque los hombres y mujeres tan cosmopolitas como aburridos del Berlín de los años 20 son lo más destacado en la obra de Dodo, las escenas de mujeres sensuales en algunos puentes, el estilo, y la ejecución son excitantes. En la línea de su dibujo  se perfila la dicotomía de la delicadeza y lo arrebatado.

Y es aquí cuando lamento no tener memoria fotográfica o por lo menos, conservar algunos apuntes sobre mi visita a la Kunstbibliothek para hablar  a profundidad sobre la obra de Dodo y que esto, no sólo se trate de una epifanía del cloché


jueves, 16 de agosto de 2012

Silla





Autor: Ana Gómez
 http://www.anagomez.com.mx/


De la punta de una estrella caen cuatro líneas. El primer nudo se forma justo en la punta superior, entre la cabeza y los hombros. Cabe aclarar que el giro que deshace el nudo desciende por atrás del primer cuerpo. Las líneas bajan; se ruborizan al ver lo que aún no tocan. Se detienen. Se hacen nudo de nuevo. Tragan saliva. En alboroto y confusión, recomienzan el viaje hacia abajo. Sus comportamientos son contradictorios entre sí. Una de las líneas, la más atrevida, por decirlo así, se escapa del resto sin previo aviso. Cae repentinamente tras el segundo cuerpo. Se posa en la hundida curva de la espina dorsal. Permanece callada y tensa (aunque de pronto flexiona hacia delante) para alcanzar el movimiento en péndulo del segundo cuerpo; calor efímero al venir y pegarle, frío de eternidad al despegarse. Las otras líneas que están allá, detrás, miran inquisitorias y con envidia. Pero su sensatez no les permite unirse al encuentro del instante y la eternidad. En halo de fuego, la atrevida baja sin mirar la mojigatería de las que ya están en desmayo. De donde otra línea se escapa y se une a la primera sobre la plataforma donde los dos cuerpos caen pegados y despegados en forma continua y discontinua. El ritmo de los cuerpos provoca ondas de líneas que giran sobre el mismo eje. Éstas, se marean y caen con los ojos cerrados. La boca seca. ¡Torpes! La confusión de sentidos no les permite saber que han llegado con las otras líneas que ya se encuentran más o menos respuestas del desmayo anterior. Tratando con el mayor de los esfuerzos sostener en patas los cuerpos que arriban colapsan.    


lunes, 30 de julio de 2012

Arte callejero




Recorrer Berlín es como hacerlo por la Galería de Espejos del Palacio de Versalles. Ambas, galerías de espejos,  producen la misma sensación: vacío e infinito. Y en ambos casos los espejos están alterados por la fascinación de quien los observa. Lo cual es tan mágico como aterrador.
     Las calles de Berlín están tapizadas de arte callejero y a donde quiera que mires siempre hay una imagen que te habla. Muchas veces es un letrero cuyas palabras son la crítica o el grito de una sociedad: Ihr da unten habt nichts gesehen, Deuchsland Verrecke. Otras veces sólo se trata de una broma o un juego de palabras: Le(ja)cken. Y aunque la instalación también es parte de los espejos regados por la ciudad, el grafiti es, sin duda, la mayor fuente de expresión.  Y en lo personal, mi mayor fascinación.


Fotografía: Elsa Tamez
(desde el celular de Mimi Seitz)




Fotografía: Elsa Tamez




Fotografía: Mimi Seitz


Sisyphos

El descubrimientos de nosotros mismos se manifiesta como un sabernos solos, fue una frase de Octavio Paz que me repetí incansable, como consuelo a tanta desventura, desde que llegué sola y sin nada a la capital alemana. Muchas, fueron las veces en que me descubrí a mí misma. Pero por ahora sólo una viene al caso: cuando en mi tercer día en la ciudad, sin saber nada sobre vialidad, bicicletas y VMW, se me ocurre rentar una bici para ir desde Friedrichshain, un distrito berlinés, hasta Müggelsee, el río más grande de la ciudad. Al principio  pensé que andar en bici era la cosa más sencilla del mundo: todos la usaban con tanta naturalidad y elegancia que incluso me pareció algo muy sensual.  Yo quería verme sensual. Pero ¡pinche Muro de Berlín! Inesperadamente, se me atravesó en los ojos por primera vez. Y de la emoción perdí el equilibrio. No pude soltar el brinquito para frenar a tiempo y me caí en pleno crucero. Era el medio día de un sábado muy caluroso y yo en tirantes cuando renuncié al coqueteo en bicicleta.
     A partir de entonces me convertí en una gran especialista de recovecos berlineses gracias a mis exhaustivos recorridos a pie. También puedo presumir de mis amplios conocimientos en líneas de metro y que, gracias a ellos, una tarde de domingo pude llegar a la estación Rummelsburg. A unos pocos metros de Sisyphos, donde Alex, la chica que conocí en el Open Air, me esperaba.
        Sisyphos es un club de música electrónica ubicado en el lado este de la ciudad. 
     La entrada al club tiene un costo de diez euros. Esto significó sacrificar una visita, de las dos por mes que realizaba, a la Gemäldegalerie y esperé con todo el corazón que el truque valiera la pena. Apenas hube de terminar ese pensamiento y me retracté. Después de algunos momentos pinches he aprendido algo fundamental: las expectativas son la sustancia activa de la decepción. Y esterilizando expectativas, me enfrenté a la primera impresión de Sisyphos: una tornamesa entre las ruinas de una factoría. Luego supe que hace mucho tiempo ahí se fabricó comida para perro.




Fotografía: Tomada del Facebook "Sisyphos Berlin II"


     Cuando Alex se percató de mi llegada, apresuró los pies descalzos sobre la arena de playa para recibirme. Ya traía una cerveza en  la mano y yo quise emparejarme. Así que fuimos a la barra para pedir mi primera cerveza: Ein Bier, Bitte. Was Bier?
     Minutos después, Alex me jaló del brazo para darme un recorriendo por el lugar. El club tiene dos pisos de música: outside/inside. El piso inside es excelente para el tiempo de frío pues es un cuarto pequeño que pronto se llena; la música, el calor y los olores humanos adormecen los sentidos. 




Fotografía: Tomada del Facebook "Sisyphos Berlin II"



Saliendo de este piso, justo en frente, hay una cocina donde se ofrece pizza vegetariana. Hacía la derecha topas con los baños y hacía la izquierda, siguiendo una especie de callejón con arena de playa, se abre la pista outside cuyo comienzo se marca en la efervescencia de una barra. Partiendo de este sitio, caminando  la ruta de un círculo en dirección a las manecillas de un reloj encuentras un tonel con leña que se enciende por la noche, después está la entrada principal, una cabaña donde vive un hombre desconocido, una Volkswagen Type 2 donde se ofrecen masajes por cuotas voluntarias  -según me dijeron las propietarias: tres lindísimas extranjeras-. Y subiendo tres o cuatro escalones cruzas una palapa de sofás desgastados. Luego sigue un pequeño lago artificial de cuyo centro emerge un dragón de metal. Y finalmente la tornamesa.



Fotografía: Tomada del Facebook "Sisyphos Berlin II"


     En medio de todo esto hay una gran heterogeneidad de personas, personajes e idiomas.
Encuentras de lo más fresa a los más underground dormidos en el sofá o hablando solos con las flores artificiales de la decoración. Rastas, minifaldas, sombreros, gorros, bikinis, pies descalzos y botas es la parafernalia de esta fiesta.  Unos bailan, otros platican y otros tantos juegan cartas. También son muchos los que contemplan el performance o la instalación de arte que se presenta en fechas específicas. Pero es, sin duda, aquella pesadilla inmóvil que se dibuja sobre el gran muro -que te separa del lago artificial- lo que roba la atención: dos escenas. La principal  se compone de tres gigantescas creaturas con brazos de tenedor, piernas de gallina, traslúcidos estómagos, y un colón al aire libre  en torno a una pequeña mesa circular donde el banquete está dispuesto. La disposición de los personajes es parecida a la escena de una obra teatral donde jamás se da la espalda al espectador.  A la izquierda, en la escena secundaria, otro personaje no menos heterogéneo  (¿acaso un reflejo de quienes lo observamos o ignoramos de este lado? ¿O un espejo que funge como Oráculo de la Antigüedad?) bebiendo un líquido azul que le taladra la garganta.
    Esto me pareció un universo BLU que en cualquier momento rodaría por los demás muros de la fábrica o una escena que podría consumirse a sí misma como personajes de Jan Svankmajer.



Fotografía: Tomada del Facebook "Sisyphos Berlin II"









lunes, 9 de julio de 2012

Supermercado. Primer relato de la serie los "No lugares"


En el departamento de frutas y verduras del supermercado, una mujer joven, quiero decir, quizá unos veintidós años, estuvo parada frente al área donde están los racimos de uvas. Había verdes, rojas, con y sin semilla. Supongo que la chica tenía problemas para elegir. Sólo observaba. No supe el tiempo que transcurrió. Yo también estaba absorta; en ella, en lo que iba a suceder después de ese esteticismo frente a las uvas. Para terminar rápido, me hubiera gustado ir a su lado y sugerirle que tomara alguna uva y probara el sabor; entonces, podría estar convencida de cual elegir. No lo hice porque siempre prefiero las situaciones complicadas y con finales confusos. Al fin siguió mi sugerencia sin escucharme. Como rayo de luz penetró la piel, luego la pulpa hasta disolverse en círculos por la cavidad donde reposan las semillas hasta que, por el borde de sus labios corrió el jugo. No pude contenerme y estremecí. Pero tal parece que ella no estuvo convencida de nada. Es posible que ni siquiera se diera cuenta de lo ocurrió hace unos instantes. Sentí una profunda tristeza al ver el rostro confundido de la chica. Seguía sin poder decidir. Volví a sentir el impulso de ir a su lado y tratar de explicarle lo que había pasado. Pero no lo hice. Hubiera sido un error. No tenía el derecho de convencerla de algo que ella no vio. Tampoco sintió. Estuve tan perdida en aquella escena hasta que el golpe de un carrito me devolvió al espacio frío de las frutas y las verduras. Escalofrío. El ruido de un altavoz anunciando las ofertas de salchichonería. Y la música ambiental.  Cuando hube de terminar por colocarme de nuevo en el espacio. Busqué rápidamente a la chica. Ella ya no estaba. En cambió, ahí seguía el racimo de uvas del que ella comió. 

lunes, 14 de mayo de 2012

La divina providencia

Hay deseos que sólo alcanzas en estado de delirio. Y justo una mañana de sol (como la de hoy), cuando conviertes la resignación en renuncia, ocurre un milagro de la divina providencia: el deseo atraviesa la frontera del delirio e irreverente, te llama al teléfono. Lo que no comprendo es ¿por qué hoy? El día de la renuncia. No lo sé, quizás es así como funcionan los milagros. O mejor aún, quizás, es así como la vida, de vez en cuando, se burla de nosotros.

sábado, 5 de mayo de 2012

Open air

Después de tres horas bailando música electrónica, la chica de al lado me dijo algo en alemán que no comprendí. I´m sorry. I don´t speak in German, le interrumpí. Entonces, ella comenzó a explicarme, en un inglés perfecto, sin dejar de bailar y señalando cada objeto, que le encantaba la decoración del open air: flores artificiales, gatos y pájaros de plástico, globos de colores, la simulación de cabezas animales, y el contraste de lámparas antiguas con la esfera de espejos para discoteca. Yo asentí. Sin embargo, mi fascinación se encontraba en el sitio donde se encajó un open air y la idea preconcebida pero también vivida (aunque no en plenitud con menos veintidós grados centígrados) del frío alemán en oposición con esta imagen típica de una fiesta en playa turística (¿podría decir también, nudista?). Aunque, de turístico no tenía nada pues en mayoría, la gente en el sitio era alemana.

Ratisbona (Regensburg) es una pequeña ciudad en el sur de Alemania, pertenece al estado de Baviera y es considerada Patrimonio de la Humanidad. Justo aquí, en el antiguo centro político del Imperio Romano Germánico, viven mis amig@s alemán@s que conocí durante mi intercambio escolar en Guanajuato, México.

A los ocho días de llegar a Berlín “huí”, con el afán de tomar un respiro, hacia Ratisbona porque los primeros días en la capital fueron un “desastre”. En principio, no encontraba habitación y sin una zona berlinés, no es posible buscar una escuela de lenguas que se ajuste a tus necesidades. Sobre todo geográficas, para evitar gastos y tiempo de trasporte. Así que, durante una semana, anduve como Don Quijote; errante y alucinada.

En fin, viajar dentro de Alemania es muy caro hacerlo por tren y avión. Inclusive, en coche propio pues el precio de la gasolina es muy alto. Por eso, muchas personas que viajan en su automóvil prefieren compartir gastos y se anuncian en una página web. Así es como conocí a Jannis y su novia Maria, una pareja de berlineses que viajaban para Ratisbona. Después del viaje nos hicimos amigos. Al regresar a Berlín y con una vida “resuelta”, ellos me invitaron al open air en un bosque a las orillas del río Spree, justo al otro lado del aeropuerto Tegel.

La verdad de las cosas, no sabía con qué me iba a encontrar. En México nunca escuché algo sobre “al aire libre”, mas que las carnes asadas en el patio de mis amigos Pedro Moreno y Francisco Martínez. Al llegar, supe que un open air es una fiesta de música electrónica al aire libre. Y me dije: ah sí, claro, como las fiestas de mis cuates Eduardo Gutiérrez y Lilette Jamieson. Pero más allá de eso, la sorpresa es que tras un largo periodo de frío, de la noche a la mañana, se me presenta la imagen de una fiesta en la playa: sol, arena y un río que parece mar, pero insertada en el bosque de un país con primaveras invernales. Y claro, ¡mucha cerveza! 

Hace mucho tiempo que no percibía la felicidad. Evidente: el calor es un hecho extraordinario para los alemanes. Entonces pensé, piruetas fantasmales que se tiñen de sol. Ellos muy jóvenes o nosotros muy viejos, dijo Maria. Pues la edad de los parroquianos oscilaba entre los 15 y 22. Y si ella no lo dice, yo no me doy cuenta; para mí todos eran mis contemporáneos.

La arena bajo mis pies. And, Do you speak in Spanish?, le pregunté a la chica de al lado. Y después de un rato, tras formular alguna respuesta en su cabeza, dijo, un poquito. Lo había estudiado años atrás en la Universidad. Y así, con un licuado de alemán, inglés, español, Alex y yo, conversamos el resto de la noche a orilla del río que se estampa al otro lado en el aeropuerto Tegel de Berlín, Alemania.

Berlín, 2012.

Y aquí les dejo el siguiente enlace: un video del open air

http://vimeo.com/41277561