Después de tres horas bailando música electrónica, la chica de al lado me dijo algo en alemán que no comprendí.
I´m sorry. I don´t speak in German, le interrumpí. Entonces, ella comenzó a explicarme, en un inglés perfecto, sin dejar de bailar y señalando cada objeto, que le encantaba la decoración del
open air: flores artificiales, gatos y pájaros de plástico, globos de colores, la simulación de cabezas animales, y el contraste de lámparas antiguas con la esfera de espejos para discoteca. Yo asentí. Sin embargo, mi fascinación se encontraba en el sitio donde se encajó un
open air y la idea preconcebida pero también vivida (aunque no en plenitud con menos veintidós grados centígrados) del frío alemán en oposición con esta imagen típica de una fiesta en playa turística (¿podría decir también, nudista?). Aunque, de turístico no tenía nada pues en mayoría, la gente en el sitio era alemana.
Ratisbona (Regensburg) es una pequeña ciudad en el sur de Alemania, pertenece al estado de Baviera y es considerada Patrimonio de la Humanidad. Justo aquí, en el antiguo centro político del Imperio Romano Germánico, viven mis amig@s alemán@s que conocí durante mi intercambio escolar en Guanajuato, México.
A los ocho días de llegar a Berlín “huí”, con el afán de tomar un respiro, hacia Ratisbona porque los primeros días en la capital fueron un “desastre”. En principio, no encontraba habitación y sin una zona berlinés, no es posible buscar una escuela de lenguas que se ajuste a tus necesidades. Sobre todo geográficas, para evitar gastos y tiempo de trasporte. Así que, durante una semana, anduve como Don Quijote; errante y alucinada.
En fin, viajar dentro de Alemania es muy caro hacerlo por tren y avión. Inclusive, en coche propio pues el precio de la gasolina es muy alto. Por eso, muchas personas que viajan en su automóvil prefieren compartir gastos y se anuncian en una página web. Así es como conocí a Jannis y su novia Maria, una pareja de berlineses que viajaban para Ratisbona. Después del viaje nos hicimos amigos. Al regresar a Berlín y con una vida “resuelta”, ellos me invitaron al
open air en un bosque a las orillas del río Spree, justo al otro lado del aeropuerto Tegel.
La verdad de las cosas, no sabía con qué me iba a encontrar. En México nunca escuché algo sobre “al aire libre”, mas que las carnes asadas en el patio de mis amigos Pedro Moreno y Francisco Martínez. Al llegar, supe que un
open air es una fiesta de música electrónica al aire libre. Y me dije:
ah sí, claro, como las fiestas de mis cuates Eduardo Gutiérrez y Lilette Jamieson. Pero más allá de eso, la sorpresa es que tras un largo periodo de frío, de la noche a la mañana, se me presenta la imagen de una fiesta en la playa: sol, arena y un río que parece mar, pero insertada en el bosque de un país con primaveras invernales. Y claro, ¡mucha cerveza!
Hace mucho tiempo que no percibía la felicidad. Evidente: el calor es un hecho extraordinario para los alemanes. Entonces pensé, piruetas fantasmales que se tiñen de sol.
Ellos muy jóvenes o nosotros muy viejos, dijo Maria. Pues la edad de los parroquianos oscilaba entre los 15 y 22. Y si ella no lo dice, yo no me doy cuenta; para mí todos eran mis contemporáneos.
La arena bajo mis pies.
And, Do you speak in Spanish?, le pregunté a la chica de al lado. Y después de un rato, tras formular alguna respuesta en su cabeza, dijo,
un poquito. Lo había estudiado años atrás en la Universidad. Y así, con un licuado de alemán, inglés, español, Alex y yo, conversamos el resto de la noche a orilla del río que se estampa al otro lado en el aeropuerto Tegel de Berlín, Alemania.
Berlín, 2012.
Y aquí les dejo el siguiente enlace: un video del open air.
http://vimeo.com/41277561